La Tercera Guerra Púnica (149-146 a.C.) representa el capítulo final del prolongado conflicto entre Roma y Cartago. A diferencia de las guerras anteriores, este enfrentamiento no fue una lucha entre iguales, sino más bien la destrucción sistemática de una antigua potencia por parte de una Roma en pleno ascenso. El conflicto culminó con la completa destrucción de Cartago y el establecimiento definitivo de Roma como la potencia hegemónica del Mediterráneo. Este enfrentamiento final entre las dos potencias mediterráneas no solo marcó el fin de una era, sino que también reveló la transformación de Roma en un imperio conquistador que no dudaría en eliminar cualquier amenaza potencial a su supremacía, real o percibida.
Orígenes y causas del conflicto
Tras su derrota en la Segunda Guerra Púnica, Cartago había logrado recuperarse económicamente a pesar de las duras condiciones impuestas por Roma. La ciudad norteafricana experimentó un notable resurgimiento comercial y agrícola, despertando recelos en Roma. El tratado de paz prohibía a Cartago emprender acciones militares sin el consentimiento romano, una cláusula que se volvería crucial cuando Numidia, aliada de Roma, comenzó a realizar incursiones en territorio cartaginés. En el Senado romano, un grupo de influyentes políticos, liderados por Marco Porcio Catón, abogaba persistentemente por la destrucción total de Cartago. Catón concluía todos sus discursos en el Senado, independientemente del tema tratado, con la célebre frase «Delenda est Carthago» (Cartago debe ser destruida). Esta facción consideraba que la mera existencia de Cartago representaba una amenaza para Roma, a pesar de su estado debilitado.
La situación se precipitó cuando Cartago, exasperada por las constantes incursiones del rey númida Masinisa, decidió defenderse militarmente. Aunque la campaña resultó en una derrota cartaginesa, Roma interpretó esta acción como una violación del tratado de paz. El Senado romano, aprovechando esta circunstancia, declaró la guerra en 149 a.C., enviando una poderosa fuerza expedicionaria a África. Los cónsules romanos presentaron inicialmente demandas aparentemente moderadas a Cartago, que incluían la entrega de rehenes y armamento. Sin embargo, una vez que estas condiciones fueron aceptadas, revelaron su verdadera exigencia: la población debía abandonar la ciudad, que sería destruida, y establecerse tierra adentro, lejos de la costa. Esta demanda, que equivalía al suicidio económico y cultural de Cartago, fue rechazada, dando inicio a las hostilidades.
El asedio y la resistencia heroica
El asedio de Cartago se convirtió en uno de los episodios más dramáticos de la historia antigua. La ciudad, a pesar de haber entregado gran parte de su armamento, se preparó desesperadamente para resistir. La población entera se movilizó para la defensa: los templos se convirtieron en talleres de armas, las mujeres donaron su cabello para fabricar cuerdas para las catapultas, y se reforzaron las ya imponentes murallas de la ciudad. Durante dos años, Cartago resistió los intentos romanos de tomar la ciudad. Las poderosas fortificaciones y la determinación de sus habitantes frustraron los ataques iniciales. Los cartagineses, bajo el liderazgo de Asdrúbal, demostraron una extraordinaria capacidad de resistencia y organización, sorprendiendo a los romanos con la efectividad de su defensa.
La situación cambió dramáticamente en 147 a.C., cuando Roma envió a Publio Cornelio Escipión Emiliano, nieto adoptivo del vencedor de Aníbal, para tomar el mando de las operaciones. Escipión reorganizó el ejército, restableció la disciplina y diseñó un plan metódico para la toma de la ciudad. Su primera acción fue construir un enorme muro que bloqueaba el acceso al puerto, aislando completamente a Cartago. Esta estrategia de asedio total comenzó a dar sus frutos cuando el hambre y las enfermedades empezaron a mermar la resistencia de los defensores.
La caída de Cartago y sus consecuencias
En la primavera de 146 a.C., las fuerzas romanas finalmente lograron penetrar las defensas de la ciudad. Lo que siguió fue una brutal batalla casa por casa que duró seis días. Los defensores lucharon con desesperación en las calles, templos y casas. El último reducto de resistencia se concentró en la ciudadela de Birsa, donde Asdrúbal finalmente se rindió. Siguiendo órdenes del Senado, Escipión procedió a la destrucción sistemática de la ciudad. Cartago fue incendiada y sus murallas derribadas. La leyenda cuenta que el fuego ardió durante diecisiete días. Los supervivientes fueron vendidos como esclavos, y se decretó una maldición sobre el lugar, prohibiendo que fuera habitado nuevamente.
El territorio cartaginés fue incorporado a Roma como la nueva provincia de África, transformándose en uno de los graneros del imperio. La destrucción de Cartago eliminó el último obstáculo significativo para la hegemonía romana en el Mediterráneo occidental. La victoria transformó definitivamente a Roma, que ahora se encontraba sin rivales capaces de desafiar su poder en la región. La caída de Cartago marcó un punto de inflexión en la historia del Mediterráneo antiguo, simbolizando el fin de la civilización fenicio-púnica como potencia independiente y consolidando el dominio romano. La destrucción de una ciudad tan antigua y culturalmente rica provocó reflexiones incluso entre los propios romanos, como Escipión, quien según las fuentes, citó versos de la Ilíada mientras contemplaba las ruinas, presagiando que algún día Roma podría correr la misma suerte.
Legado histórico y arqueológico
La destrucción de Cartago tuvo profundas implicaciones que reverberaron a lo largo de la historia antigua. Las excavaciones arqueológicas modernas han revelado la magnitud de la destrucción, con niveles de incendio claramente visibles en la estratigrafía del sitio. Los hallazgos confirman la violencia del asalto final y proporcionan evidencia tangible de la rica cultura que fue destruida. A pesar de la maldición ritual pronunciada sobre sus ruinas, la ciudad fue posteriormente reconstruida bajo el Imperio Romano, convirtiéndose en una de las ciudades más importantes del África romana.
El fin de Cartago marcó también un cambio fundamental en la naturaleza de la República romana. La destrucción total de un antiguo rival, a pesar de su estado debilitado, estableció un precedente inquietante en la política exterior romana. Este acontecimiento puede verse como un punto de inflexión en la transformación de Roma de una república que luchaba por su supervivencia a un imperio agresivamente expansionista. La desaparición de Cartago eliminó uno de los últimos contrapesos al poder romano en el Mediterráneo, acelerando el proceso que llevaría a Roma a convertirse en la única superpotencia de su tiempo.
La herencia cultural de Cartago, sin embargo, no desapareció completamente. Elementos de la civilización púnica sobrevivieron en el norte de África, influyendo en la cultura de la región durante siglos. La lengua púnica continuó hablándose en algunas áreas hasta bien entrada la época romana, y muchas prácticas agrícolas y comerciales cartaginesas fueron adoptadas por los romanos. La destrucción de Cartago se convirtió en un poderoso símbolo histórico, representando tanto el implacable poder de Roma como la fragilidad de incluso las civilizaciones más grandes.
Bibliografía
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